El cine, para ser espectacular, recurre a elementos que magnifiquen una historia. Así vemos superproducciones con efectos especiales que resaltan las capacidades humanas para hacer el bien o el mal, según sea el caso y en ocasiones son más protagonistas que la propia narración visual. Explosiones que destruyen ciudades, pero de las cuales los héroes protagonistas siempre resultan ilesos; hombres y mujeres con capacidades imposibles para manipular a la tierra, al agua, al fuego, al viento; seres que mutan su condición humana para convertirse en animales; máquinas humanizadas y muchas variantes y combinaciones de lo mismo.
Hay otras formas más sencillas de agregarle énfasis a la historia, sin tener que invertir grandes sumas y que además están más cerca de la condición humana, son narraciones de personas comunes que poseen alguna cualidad escondida o incluso desconocida para ellos mismos: poderes sobrenaturales, seres con memoria increíble, videntes, prestidigitadores habilísimos y toda una serie de destrezas y eventos únicos que remarcan mitos y leyendas.
Contar una historia en una película, entonces, requiere de
poseer talento e ingenio para enaltecer una crónica visual.
Scott Derrickson es el guinista y director de “Telefono
Negro”, una historia que según la propia cinta, está basada en hechos reales y que
nos cuenta las vivencias de Finney, un niño de 13 años que conoce a otros
chicos de su edad que han desaparecido, raptados por un sicópata que utiliza el
mismo patrón para operar: una van negra que, por el número de víctimas ya posee
la fama de estar siempre en el pequeño pueblo en el que se desarrollan los
acontecimientos, sin embargo, la policía no encamina sus investigaciones desde
esa perspectiva. El delincuente siempre deja la misma pista: globos negros que semánticamente
son su sello personal
Después de que Finney es atacado por el típico grupo
pandilleril de secundaria, otro adolescente, Robin, los enfrenta para defender
al muchacho, lo que acerca a ambos en una naciente amistad que será truncada
con la noticia de la desaparición de Robin.
La lógica se rompe en la narración de manera reiterada, como
lo que señalaba arriba en relación con el vehículo y las investigaciones
policiales. Pero es cine y no hay manera de que los hechos se apeguen a lo
formal.
No hay ninguna precaución, los padres siguen permitiendo a
sus hijos adolescentes salir sin acompañamiento. Ningún joven que está enterado
de lo que ocurre en su entorno se acercaría a una van negra, menos aún
entablaría conversación con quien la conduce, mucho menos si lo que ve dentro
de la camioneta son globos negros. Pero Finney estaba ahí, sin ese quebranto de
lo racional no tendríamos película.
Y es aquí donde lo inverosímil rebasa la línea y nos coloca
frente a una historia de realismo mágico: Gwen, la hermana menor de Finney,
posee poderes paranormales que ella no controla. Es un caso de onironancia, esa
facultad de ver el futuro en sueños, que será ignorada por los adultos y que
explica la mala relación con el padre de la niña, pues se da a entender que la
madre poseía poderes similares y que ello causó la separación del hogar. Lo que
ella ve acerca de su hermano será importante para el rescate.
Finney es llevado a un sótano en el que no hay más que un
colchón y un viejo teléfono de disco, negro,
para darle un toque aún más misterioso, pegado a una pared, pero está desconectado.
Quizá el instinto hace que Finney intente una llamada, aunque pronto se da
cuenta de que el cable está roto.
Una tarde, misteriosamente el teléfono suena y Finney descuelga la bocina y se comunica con los cinco jóvenes, ahora sin vida, que estuvieron en el mismo lugar y las mismas condiciones en los que ahora se encuentra él. Ellos le dan pistas e indicaciones para poder salvarse, lo que finalmente logra. Como todo héroe cinematográfico, el joven encuentra en lo imposible, la ruta de su victoria frente al mal.
Es una especie de realismo mágico aplicado en una película de
suspenso. Tienen que suceder cosas extraordinarias para que la historia se
encamine hacia el desenlace que el público espera. La moral de lo deseable
empuja el relato, con técnicas no ortodoxas, a un final feliz.
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