16 de octubre de 2005

ESTALLIDOS DEL CORAZÓN

Una de las grandes aportaciones de la Historia como ciencia, como estudio de los fenómenos sociales ocurridos en otros tiempos para su aplicación práctica en el presente y la concepción teórica del futuro, es el conocimiento de la sucesión de un período progresista a uno conservador, que se caracterizan de manera general por el enfrentamiento de dos corrientes principales: los poseedores y los desposeídos y que se enlazan entre si en una crisis que afecta todos los aspectos de la sociedad; lo económico, lo político y lo cultural no pueden separarse como condiciones aisladas de ese acontecer.

Es en esas etapas de crisis en las que la falta de valores distingue episodios violentos, se pierde el respeto a la vida y se percibe decadencia espiritual, como si el devenir de la Historia siguiera un camino ondulatorio de arriba abajo, pero sobre todo, esas etapas se reconocen en un crecimiento brutal e inhumano de las condiciones en que viven las grandes mayorías de pobres.

En esas circunstancias, ha nacido también el espíritu de rebeldía representado en figuras críticas de sus respectivas eras, pero además de su accionar consecuente, que les hace dignas de admiración y portadoras de ejemplos de vida que han trascendido al tiempo. Es muy interesante hacer una revisión de aquellos sujetos históricos que de cierta forma transformaron a la humanidad, aquellos que dejaron huellas en su paso por la historia. Este octubre me trae a la mente dos ejemplos que tienen mucho en común, aunque no lo parezca y que en los días que corren, continúan vigentes, quizá más que nunca, pues vivimos en una sociedad donde la injusticia, la marginación y la desigualdad afectan a gran parte de la población, mientras el poder se disputa de manera grotesca entre grupos que nada hacen por remediar esas condiciones.

Por eso creo que la novela de Miguel de Cervantes Saavedra, el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, la obra más grande de toda la literatura universal, a 400 años de su publicación, en boga por el reciente inicio del festival cultural más importante del país, sigue vigente porque es una crítica demoledora de la sociedad de su tiempo, de sus instituciones, de la gran injusticia para los pobres de la naciente sociedad capitalista de finales del siglo XVI y comienzos del XVII.

Cervantes criticó al poder eclesiástico manipulador de las conciencias y uno de los principales acaparadores de la riqueza social de su época; criticó la profunda división de la sociedad en clases sociales, criticó al poder de la aristocracia y el absolutismo de los monarcas. Pero su crítica no se quedó en la actitud contemplativa y acomodaticia de los que desde su gabinete interpretan al mundo sin mover un sólo dedo para transformarlo; no, por el contrario, Don Quijote de La Mancha desde que se decidió “ir por todas las cuatro partes del mundo buscando aventuras en pro de los menesterosos (…) no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer”. (El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, Primera parte, capítulos I y II)

Habría que recordar también que en el año de 1600, en vida de Cervantes, Giordano Bruno fue quemado por la Inquisición en Roma; y que en 1618, dos años después de la muerte del autor del Quijote, la Iglesia Católica condenó oficialmente el sistema copernicano; y que en 1633, Galileo fue obligado a renunciar a sus ideas ante el Santo Oficio. Episodios, todos ellos, que nos obligan a reflexionar sobre cuánto han debido luchar los seres humanos contra los molinos de viento de la censura y la intolerancia, desde para leer novelas con tranquilidad, hasta para reconocer que la tierra gira en torno al sol.

Como los grandes personajes del Renacimiento, Don Quijote era un hombre no sólo de grandes ideales, era un hombre de acción: “hombre de la pluma y la espada”, como definió F. Engels a los grandes renacentistas. La misma vida de Miguel de Cervantes Saavedra también, como es conocido, fue una vida de héroe que combatió como los más valientes, incluso su sobrenombre de El manco de Lepanto se debe a que perdió una mano en la famosa batalla contra los turcos en 1571.
Muchos que se dicen “quijotistas” porque creen ser seguidores de los ideales de Don Quijote se equivocan de contexto, pues jamás han entendido la esencia revolucionaria del personaje de Cervantes. Y ahí está el quid del asunto: el contenido de la obra de El manco de Lepanto, sigue vigente pues al igual que en su época, ahora en la nuestra, existen grandes injusticias sociales, abismales diferencias en la distribución de la riqueza social. Los desheredados del mundo, los proletarios, sufren injusticias, atropellos; sufren el infierno de la pobreza extrema, del desempleo, de la insalubridad y enfermedades por falta de atención sanitaria y de servicios; sufren por falta de educación y verdadera cultura.

Cumplidos ayer 38 años de que el mundo no tiene ya la presencia física de Ernesto “Ché” Guevara, su mensaje de libertad para los oprimidos, para todos los hombres y mujeres de esta América Latina sufriente y para todos los pueblos y naciones oprimidas, se mantiene vivo como el primer día. Ernesto Guevara no es sólo el Quijote revolucionario, el teórico de la construcción socialista, es algo mucho más importante: es el ejemplo moral. El Ché fue eso: un ejemplo de moral firme y congruente.

Treinta y ocho años después nada ha cambiado en el capitalismo como sistema en términos de sensibilizarlo frente al dolor, al hambre y a la miseria que sufren los pueblos. A los millones de desposeídos, discriminados y condenados a vivir y morir en el analfabetismo, la insalubridad y la degradación, como en aquellos leprosarios donde el Ché comenzó a enderezar entuertos; esas sinrazones que quería combatir en el mundo entero, siguen existiendo y con ellas, la bandera con la imagen del mítico guerrillero.

Aunque el mito del Ché se convierta en negocio, sus raíces residen en el instinto de la gente, en la percepción de que al terminar su última batalla y dejar la vida en el empeño, el Ché luchaba, como el Quijote, por nuestros sueños imposibles, por eso su espectro difuso se va a dar en el fantasma de las causas nuevas, por eso son y serán íconos de la rebeldía del pueblo, estallidos del corazón que resiste y combate ante sus padecimientos y sufrimientos por causa de la desigualdad y la arbitrariedad de quienes detentan el poder, la riqueza y el dinero.