Quizá sea ese grado de identidad del hoy con el ayer lo que le da mayor fuerza a los planos cinematográficos a los que recurre, que nos involucran como espectadores, nos envuelven, nos atrapan y nos colocan dentro de la historia. Ahí, en el Comala ficticio de Bledos y su Hacienda, me parece ver a mi abuelo alistarse en el ejército y pelear batallas contra los 600 hombres de Damasio, el tuerto, alineados al cacicazgo de Don Pedro Páramo, para mostrarnos la carencia de propósitos políticos que pueden tener los movimientos “revolucionarios” y que en esas condiciones pueden ser manejados por los hombres poderosos, pero eso sólo es un apéndice de la novela.
No voy a resaltar la importancia que tuvo la obra de Juan Rulfo en la literatura, ni su influencia estilística en autores como Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes, que de eso se ha dicho y escrito mucho por personas más conocedoras que yo, mi comentario se centra en el apego cinematográfico a la historia de Juan Preciado, caminando en un pueblo fantasmal, habitado por los ecos del pasado; de lo bien logrado de los efectos; de la ambientación que para mí resultó excelente; en general, de todos los recursos que utilizó Rodrigo Prieto, incluyendo la estupenda fotografía, para contarnos esa fabulosa historia del realismo mágico mexicano. De verdad la disfruté.
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