24 de abril de 2006

LA BICICLETA

Cuando vi a los niños pasear en sus bicicletas por la plazuela del pueblo donde pasé los días de asueto de la Semana Santa, no pude evitar recordar la época de mi niñez en que yo aprendí a usar ese vehículo. Era una Windsor blanca con las salpicaduras color naranja que me amaneció en la navidad de mis nueve años. Tenía un asiento grande, de piel color negra, con una horqueta cromada como respaldo, de donde mi papá me sujetaba en tanto yo aprendía a pedalear con equilibrio. Pero alguna vez me tenía que soltar y caí como es casi inevitable al experimentar las primeras veces en esa bicicleta que era, ahora que lo pienso, demasiada alta para mi edad.

Pensaba en mi vieja bici, que aunque fue la primera, no es la que me trae mejores recuerdos de mi infancia, sino aquella Vagabundo color verde con letras amarillas, usada antes por uno de mis primos mayores, de quien yo heredaba casi todos sus juguetes. La Vagabundo era característica por tener una rueda delantera muy chica y unos manubrios como cuernos de carnero, eso la hacía diferente y yo me sentía original atravesando veloz las calles empedradas de la ciudad, desde el barrio de Tlaxcala hasta el barrio de Santiago, pasando por el mercado República por el lado donde se ubican los puestos de hierbas que curan de mal de ojo, diuréticas, laxantes y remedios caseros para atraer la suerte, el amor y el dinero.

Ningún lugar mejor para andar en bicicleta como el campo. El aire fresco del medio rural, la tranquilidad característica de las poblaciones pequeñas, todo ese ambiente bucólico en el que se combinan el piar de las aves de corral y el olor a leche fresca por las madrugadas, hacen propicio el uso del invento de Kirk Patrick McMillan, en las tardes cálidas, cuando el sol se despide y la luna se asoma trémula para después mostrar su plenitud que ilumina la noche como una candela.

Así fueron para mí estos días de asueto. Corrí feliz al lado de Anehtzi, que a sus 9 años estaba aprendiendo a andar en bicicleta, en la plazuela de un poblado llamado Estación Obispo, el mismo donde años atrás su mamá, Olivia, cuando tenía la misma edad, también aprendió a usar la bicicleta. En esa ocasión de ejercitarse, Olivia pensaba en mantener fijos los manubrios sin virarlos para dar vuelta y el percance sobrevino contra un limonero que detuvo su inocente carrera. Alguna vez le dije a Olivia que la bicicleta es como la vida, al principio uno se sube y se puede caer, pero hay que levantarse cada vez hasta aprender a andar bien en ella. Después, es más difícil que uno se caiga.

Anehtzi también pasó por lo mismo y quedó huella de su intrepidez en algunos ligeros raspones, que sanaron pronto pero llevan algo de sabiduría. Se me ocurre que subir por primera vez a la bicicleta tiene algo de madurez, es como el principio de una nueva etapa de la vida, como el empezar a caminar o como los polluelos de águilas cuando su madre los suelta a volar. La vida tiene otra perspectiva después de ese paso.

Es un logro que media de manera importante en la formación del carácter, educa en una cultura de esfuerzo. No es gratuito que los pedagogos modernos lo utilicen como analogía formativa en el proceso de enseñanza – aprendizaje, como un sinónimo de aprender y entender. Por todo eso, pero sobre todo porque en la edad adulta, los recuerdos de las infantiles andanzas en los que somos imaginarios quijotes o tripulantes de naves espaciales, nos permiten conservar ilusiones, nos permiten seguir soñando como en la tierna niñez.

Felicidades Anehtzi.

EPPUR SI MUOVE   XII
(y sin embargo se mueve)

Tus manos lo tocan todo / Tocan el cielo y a la misma luna / Es un misterio que de cualquier modo / Llega sublime cual canto de cuna / De lo que nace, lo que termina / Lo que fenece y lo que germina.


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jcbalderas.urbi@gmail.com

Publicado en los periódicos Noroeste. Culiacán, Sinaloa y El Informador del Mayo. Navojoa, Sonora.

20 de abril de 2006

LOS CONSEJOS DE MI MADRE

 

Mi madre, además de inculcarme su fuerza para enfrentar los escollos de la vida, me enseñó a hacer algunas labores domésticas que mi vida solitaria ha valorado enormemente. Me enseñó a cocinar friendo huevos y papas cortadas en rodajas, me enseñó a remendar mis propios calcetines y a mantener cierto orden en mis cosas. Pero creo que la principal enseñanza fue esa, cuando me advertía sobre cualquier peligro, por minúsculo que éste fuera. ¡Cuidado m´ijo!, me decía con su voz atiplada y su delantal sobrepuesto, que caracteriza a las madres hacendosas del barrio donde vivía a mis ocho años. La imagen es clara, como si fuese reciente.

Debo admitir que a esa edad el consejo no había sido asimilado en la dimensión de su significado más amplio, el que Doña Hermelinda, mi madre quería comunicarme. Esto ocurrió con el tiempo. Le explico, lector.

A mi madre le gustaba que su primogénito –o sea yo- cooperara junto con mi hermana en las actividades del hogar, una forma muy sutil para hacernos comprender que el alimento hay que ganárselo. Cuando venía de la escuela, me tocaba hacerle los mandados a mi mamá. Había que ir al mercado y escoger bien la verdura, el tomate y otros encargos.

–Fíjate que te den el kilo completo de fríjol, porque Don Toño es muy tranza-  me decía– y estando frente al tendero me acordaba de aquellas palabras y vigilaba muy bien la pesa y el llenado del cucurucho de periódico que después metía en la bolsa de hilo plástico en la que cargaba el resto de las mercancías. Contaba muy bien los ocho pesos y cincuenta centavos (de aquellos) que debía pagar por el kilo de fríjol Flor de Mayo. Casi siempre, después del mercado, mientras mi mamá guisaba en inolvidables ollas de peltre, aquellos caldos cuyo olor se esparcía por todo el vecindario, me tocaba ir a comprar las tortillas, actividad que disfrutaba porque Doña Lupita, la vendedora siempre me regalaba una tortilla con sal por la espera en la fila.

En una ocasión cotidiana como esa, no recuerdo el motivo por el cual me distraje cuando estaba a punto de cruzar una transitada avenida. De pronto escuché un grito lejano, lo escuché con el instinto que hay entre madre e hijo, más que con el oído. “¡Cuidado m´ijo!”. Esta vez mi madre me prevenía del automóvil que casi me arrolla, de no ser porque aquel grito me hizo retroceder un paso, lo que fue suficiente para no ser atropellado. 

Desde ese día la voz de mi madre se hace presente en mi cabeza cada vez que siento algún peligro, eso me ha ayudado a sortear dificultades grandes y a prever eventuales riesgos. Ahora soy en extremo precavido, y miro hacia la derecha y hacia la izquierda, no solamente para cruzar la calle. Por eso es muy difícil que alguien me haga tonto, por eso mismo intuyo cuando alguien intenta aprovechar alguna condición para sacar ventaja.

En los días recientes he advertido la presencia de ese llamado a la precaución con el que mi madre me anticipaba el peligro. Cierto día de la presente semana, un personaje de la política, aspirante a la presidencia municipal por el PAN, visitó las oficinas donde trabajo con el pretexto de repartir propaganda del candidato a la Presidencia de la República por ese instituto político. Amablemente le rechacé el folleto que mostraba a un Felipe Calderón sonriente, con un semblante de confianza tal vez por la ignorancia de la división que vive el PAN en Sonora. El caso es que el señor que  algunos conocen con el mote de “Pilinqui”, se sorprendió cuando le puse de vuelta en su mano la propaganda que me entregaba.

-¿Entonces no vas a votar por nosotros?- me inquirió. Por supuesto que le contesté con una negativa, porque el enorme trabajo que se ha realizado en la presente administración encabezada primero por Gustavo Mendívil Amparán y ahora por Alberto Natanael Guerrero López, no será fácil ya no digamos de superar, sino al menos de igualar. No quiero que mi voto contribuya a que alguien estropee con un populismo mal entendido todo lo avanzado en este lapso, en materia administrativa, en capacitación al personal, en recursos humanos con el trabajo organizativo que se efectuó a través del Instituto Sonorense de Administración Pública (ISAP), pero sobre todo en obras que le dan otra imagen a la ciudad y al municipio en general, como el puente sobre el Río Mayo, como la pavimentación en colonias, la rehabilitación de calles, la recuperación del servicio de agua potable, y una buena lista de etcéteras más.

Escuché a mi madre prevenirme siempre de aprovechados, impíos, crueles, inhumanos, perversos, déspotas, insensibles. Por eso seguiré sus sabios consejos y no me dejaré engañar por candidatos como el que hacía de propagandista aquella mañana. Ni de otros que dicen que convergen en ideas e intereses…

EPPUR SI MUOVE   XI
(y sin embargo se mueve) 

No era tu voz, eras tú / La que cantaba flores rojas y amarillas / Cantabas las casas, las flores, las nubes / Las estrellas de esta noche /Que son tuyas y son mías.

Cualquier comentario acerca de esta columna precavida, puedes enviarlo al correo electrónico:  jcbalderas.urbi@gmail.com   Buenos días.

 

LAS NOSTÁLGICAS FIESTAS

El cumpleaños de Don Lorenzo se celebraba en Agosto, justo en el mismo mes en el que años atrás había perdido la mitad de su pierna derecha en un accidente de carretera en el que él conducía un camión que transportaba material para construcción. Ahora usaba una prótesis de hierro pesadísima que ajustaba al muslo con unas correas de cuero. Doña Juana Ávila, su mujer, se esmeraba en el metate moliendo las semillas de cacahuate, junto con el chile ancho y el mulato y las almendras. Recuerdo verla hincada con las faldillas recogidas, pero sin dejar jamás el rebozo que la acompañaba todos los días desde las cinco de la mañana. En la otra orilla del metate, la pasta oscura del batido caía sobre un recipiente de plástico, que luego se rebajaría con caldo de pollo y se le agregaría el chocolate y el ajonjolí para preparar el sabrosísimo mole como sólo lo sabía hacer mi abuela.

El mole estaba casi listo para la hora en que Don Lorenzo venía de su nueva actividad económica: un carrito donde vendía tortas a los traileros, sus antiguos compañeros. No le gustaba estar inactivo, incluso para el día de la Fiesta de San Luis Rey, fecha que siempre caía un aguacero sobre la ciudad, él se alistaba con sus hules gruesos negros y se iba a trabajar empujando su carrito. Va a llover, advertía. Y llovía aunque no hubiera la más mínima señal en el cielo. Don Lorenzo tenía esa capacidad que tienen los viejos para predecir el futuro inmediato, esas cosas que uno no sabe como ocurren hasta que los años le dan la experiencia para oler la humedad en el aire, o distinguir en las estrellas y las nubes nocturnas el aviso de una frágil ráfaga helada que se avecina.

Mis padres y yo íbamos con frecuencia a casa de Don Lorenzo y Doña Juana, mis abuelos paternos y el día de la fiesta de cumpleaños no podía ser la excepción. Llegábamos siempre temprano, incluso antes de que alguno de los tíos matara al cerdo que habríamos de engullir en la tremenda comilona preparada para el festejo. No se por que todo mundo se emperifollaba: las mujeres se ponían sus vestidos de telas delgadas y brillantes y los hombres vestían muy formales, nunca estuve de acuerdo con asistir demasiado arreglado a una fiesta tan familiar. Mi abuelo Lorenzo usaba como siempre, un sobretodo de mezclilla dura, al estilo de los ferrocarrileros, zapatos de trabajo, su sombrero de pelo de liebre y en el bolsillo su reloj de leontina bañada en oro de 18 kilates y cuadrante blanco de porcelana, un regalo de su hijo mayor en un cumpleaños anterior.

Ese día, el patio principal lucía impecable: sus pisos rojos de cemento bien lustrados, con olores frescos por las macetas recién regadas. Todo estaba más limpio que de costumbre, excepto el patio trasero, donde las gallinas encerradas en jaulas sostenían el debate diario con el perro pastor alemán que era su guardián protector, pero también el más molesto de sus vecinos. Ahí también estaba un árbol de granadas que en esa época daba los últimos frutos del año. Cerca de la barda que dividía el resto de la casa, el cerdo destazado se cocinaba en un gran cazo de cobre, hervido en su propia grasa y aderezado con cerveza y naranjas partidas por la mitad.

Y las canciones de José Alfredo Jiménez que amenizaban cada tertulia familiar en las que se encontraba mi abuelo Lorenzo, sonaban con improvisados mariachis formados por mi papá y mis tíos que hacían coros chillones y desafinados, pero eso si, muy enjundiosos.

Todos estos recuerdos me llegaron a la mente de un solo golpe, quizás está de moda nostalgiar. He pensado que si uno tiene la costumbre de recordar es porque ha vivido agradablemente. De niño tuve mi bici, ahora viajo en camión de a 4 pesos, pero eso me ha permitido andar de aquí para allá. Tuve Star Wars y Superman de niño. Tuve Lord of the Rings de adulto. Tuve al Gabo y a Alejandro Dumas de compañía adolescente. Tuve Archie y Tom y Jerry de niño y tengo semiótica, estructuralismo y lingüistica ahora. Tuve 10 kilos de menos cuando comía un gansito y un refresco durante todo el día por no comer las lentejas que había en casa y que ya me habían hartado después de un mes de ser menú único.

Tuve leche chipilo de niño, ahora de vez en cuando puedo tomar San Marcos Light que no me daña el estómago, pero descubrí los tés de manzana con canela. He descubierto una malsana pasión por los Hersheys, y en general por cualquier chocolate. Tuve el solitario para acompañar mis horas de ocio en mi primera oficina, luego llegó el Pin Ball y el primer internet con el sonido de conexión del módem. Luego daba mi reino por un cable de red, y el Prodigy y el Pentium 4. Hoy por hoy, no puedo vivir sin mi conexión de 2 Gb por cable.

Buena parte de mi vida han sido letras, cuentos, libros, novelas, periódicos. La lectura me maravilla, me pasma. Y siempre, siempre, me ha dado perspectiva.

Sólo soy un divertido coleccionista de guijarros.

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Publicado en el periódico El Informador del Mayo. Navojoa, Sonora

5 de abril de 2006

LOS CÁNDIDOS Y LOS OSCURANTISTAS

 “Los cazadores salen,
los cazadores bailan,
los cazadores sueñan
con un planeta
de brujas por quemar.
Los cazadores miran,
los cazadores buscan,
los cazadores prenden
una candela
para salvar a Dios”.

Silvio Rodríguez
Los Cazabrujas de Dores

-No estoy de acuerdo-, le espeté una vez a mi maestra de Historia del Arte y la Cultura, cuando cursaba el cuarto semestre de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, ante el planteamiento suyo de que el hombre ha tenido evoluciones físicas limitadas, que al mismo tiempo niega que especies simiescas sean el origen del género humano. La profesora Alicia, cofrade de la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei, comúnmente conocida como Opus Dei (Obra de Dios), como toda respuesta me ordenó tomar el resto de sus clases, durante los meses que restaban al curso, sentado junto al bote de la basura, condena que resistí estoicamente durante dos semanas y media, pues lo preferí a desdecirme como me lo pedía para levantar el castigo.

Decía la catedrática que, el Homo sapiens había sido producto de una evolución que lo llevó de un semimono bípedo y de mandíbulas cortas, a la constitución ósea que tenemos hoy en día. El planteamiento de “la monja”, como era conocida por todos los estudiantes, alegaba que las mandíbulas prominentes no eran una característica que formara parte del perfeccionamiento del hombre. Según ella, con la alimentación a base de carnes que al pasar por un proceso de cocción son más blandos, era científicamente imposible que repercutiera en la transmutación del Australopithecus al Homo erectus y después al Neardental y finalmente al Homo sapiens moderno. Cito la anécdota como referencia a la intolerancia que existe aún en los espacios destinados al pensamiento crítico y de análisis, que trasciende al resto de la sociedad.

Quizá sea por esa represión al intelecto que en nuestros días prevalece una cultura de la ignorancia y el absurdo, que no escapa a los tiempos electorales, en la que uno que otro cándido candidato se monta con la misma gracia que los simios que provocaron la discusión entre mi maestra y yo. De pronto brotan aspirantes hasta de las coladeras, y todos declaran que cuentan con la “experiencia y conocimiento, para convencer al pueblo de Navojoa”. Le juro, lector, que no se si reírme o llorar.

Creo sin temor a equivocarme que más de uno de esos pretendientes “preparados”, es incapaz de sostener una conversación seria sobre Historia o sobre filosofía, que son la base de la política, ya no digamos ciencia o literatura, y como consecuencia, tampoco son capaces de hacer planteamientos objetivos, fácticos, para solucionar la gran diversidad de necesidades de los navojoenses. A excepción de Onésimo Mariscales Delgadillo, que es profesor, no veo a ningún otro que pueda cumplir con el perfil, más allá del poco o mucho capital político con que cuenten en su currículum vitae. Y aunque algunos medios se empeñen en mostrarnos a esos candidatos como “ejemplares padres de familia”, “hombres con experiencia” y otros slogans meramente propagandísticos, lo cierto es que no cuentan con la capacidad para enfrentar el reto que significa ser alcalde de Navojoa.

La expresión política del Renacimiento del siglo XVIII, fue la Ilustración, que en Francia tomó el nombre de Enciclopedia y era encabezada por pensadores como Diderot,  Montesquieu y Francois-Marie Arouet, más conocido por su seudónimo de Voltaire, racionalista que criticó siempre y de manera sarcástica el absolutismo y la superstición por considerarlas alejadas de la razón y no sometidas al examen de la reflexión y el análisis. Sin duda, el vocablo más utilizado en  el siglo XVIII en literatura, filosofía y ciencia, es el de “racional”. Los intelectuales de éste siglo dieron a su época el nombre de “siglo de las luces”, refiriéndose a las luces de la lógica, de la inteligencia, que debía iluminarlo todo. Se da enorme importancia a la razón: el hombre puede comprenderlo todo a través de su inteligencia; sólo es real lo que puede ser entendido por la razón. Aquello que no sea racional debe ser rechazado como falso e inútil.

En el campo de la religión, la postura racionalista hizo que apareciese el deísmo: la mayor parte de los ilustrados son deístas, que afirman la existencia de un Dios creador y justo, pero consideran que el hombre no puede entrar en contacto con la divinidad, y por tanto no sabe nada de ella. De acuerdo con esto, los deístas rechazan las religiones  reveladas, pero al mismo tiempo practican la tolerancia religiosa, pues si todas las religiones valen lo mismo, todas deben ser  permitidas.

Voltarire escribió su novela satírica “Cándido o El Optimismo” en la que prevalece el optimismo. El héroe, que parte en busca de un futuro perdido en el espacio (el mejor de los mundos posibles), jamás se da por vencido. La búsqueda de este Cándido se lleva a cabo dentro del universo exterior y lejano al que persigue, alentado por su amigo Panglos y por el amor a Cunegunda, que no son ni la ilustración ni el saber, sino el prejuicio y el oscurantismo o, en opinión de Voltaire, la estupidez humana. Y precisamente por esto Cándido jamás podrá alcanzar su meta.

Los absolutistas y oscurantistas de hoy, con sus 137 delegados, le apuestan a confundir a los ciudadanos lucrando políticamente con la fe. “Gracias a Dios son candidatos”, aunque Dios no es militante blanquiazul. Los Cándidos de nuestros días, Convergen en lo mismo, con su ignorancia a cuestas, le apuestan a “convencer al pueblo de Navojoa” con promesas que no sabrán como solucionar. Para ellos, la premisa de Leibnitz, criticada por Voltaire en “El Cándido”, el mejor de los mundos posibles no es en el que vivimos, sino uno en el que ellos saqueen las arcas municipales. El absurdo total.

EPPUR SI MUOVE   X
(y sin embargo se mueve)

Esta noche te estoy buscando /En la primera de mis maldiciones /No supe ni como ni cuando / Empecé a escribirte canciones.

En la calle de mi infancia vi /Los descarríos almidonados /Por un instante yo me creí /Confundido entre los injuriados.

No lapidaron mi inocencia / Resistí invulnerable a todo /Opios mayores de indecencia / Sellan mi garganta con lodo.

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