2 de junio de 2011

CASA

Yo llevo una casa
que canta contigo
la misma canción

Silvio Rodríguez.


Aquel corredor tan lleno de helechos verdes y rosadas bugambilias que vivían en macetas de barro; aquel patio de baldosas amarillas carcomidas por el sol y la lluvia, que en torrentes inundaba la casa entera; aquel ventanal tan grande en la cocina, por donde se mira a la abuela sin sus anteojos, apoltronada mientras hierve el puchero en la vieja estufa de petróleo, dispuesto para ser devorado por los gatos hambrientos y perezosos de la azotea y por el anciano perro que sigue atado en el patio trasero.

Así es la casa de mi infancia, donde las horas lejanas sobreviven en el recuerdo junto a los duendes que ocupan los rincones encantados de lo que fue mi habitación, ese cuarto antes inmenso, reducido por mi percepción de adulto, donde se asomaba la luna luminosa por las noches y su resplandor alumbraba mis sueños, pero aún hay magia ahí.

Todavía vive ahí mi risa original, mis noches largas y mis primarios miedos, todo sigue igual. El amor evolucionó en esa morada, cumplió su ciclo natural y hoy renace de mí, impugna los años y certifica su inmortalidad, mi casa sigue siendo mía.

Aún suena el eco del macabro reloj de péndulo al dar las seis en el cuarto del abuelo, sus pasos suaves, lerdos, aún se escuchan a esa hora en la puerta; perdura también la imagen del sombrero colgado en el perchero, y sus botines al pie de la cama y sobre los buroes el cenicero y sus lentes, iluminados por esa bombilla ordinariamente sombría. El mozo de uniforme militar sigue en el cuadro, con su rostro noble y su fusil a guisa de bordón, revive el olor a naftalina y a tabaco fuerte.

El tiempo parece no pasar por ese universo, sólo falta el pájaro que moraba en la jaula del zaguán, aquella inocente avecilla que cantaba tan temprano que sus trinos despertaban al inocente sol de abril.

Esta casa de hoy es diferente, me acoge igual, me da la bienvenida, sin embargo, no hay aquí los sueños infantiles ni los ecos de épocas remotísimas como los domingos en el aquel mercado, con sus aguas frescas de colores y sus camiones repletos de rancheros y sus bolsas de pan, sus gallinas y sus flores. En cambio, hay esperanzas que no conocía antes, los anhelos de mis primeros años fueron trocados por un enanito que se introduce por mi oreja mientras duermo, limpia la basura y las piedras inservibles que yacen en mi razón.

El entorno es mi casa más amplia, extensión de mi todo, es un hogar colectivo donde se comparten las canciones y los buenos días, los olores del pan y las coloridas paletas de hielo.

Ese hogar se eterniza, se dilata hasta donde abarcan mis memorias, mis deseos no conquistados. La casa me protege, es mi nido donde se resguardecen los sueños de las casas que aspiro habitar y los recuerdos de las casas donde he vivido, la casa me permite soñar y recordar.

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