Por Juan Carlos Balderas Colunga
Cuando yo empecé a fumar tenía 14 años y en cualquier tiendita de barrio compraba cigarros “sueltos”. En ese entonces mi mejor amigo era Enrique, que era algo así como el canchanchán del barrio donde vivía. Él era el ejemplo de los rebeldes mozuelos aún lampiños. Años después descubrí que mucho de su carisma se basaba en su imagen de adulto y en la increíble labia que tenía para hablar. Le creíamos cualquier historia que nos contaba por más fantástica e inverosímil. Y cuando nos narraba sus relatos se llevaba su cigarrillo a la boca y exhalaba una larga y profunda humareda blanca.
Verlo fumar y la manera que hablaba era una especie de ritual que continuaba cuando el cigarrillo pasaba de boca en boca. Algunos decíamos que no al principio, pero eso nos relegaba automáticamente a la categoría de “niños”, de tal suerte que todos incurrimos en el vicio por imitación, pero sobre todo por aceptación.
Yo siempre he estado consciente de que fumar provoca problemas cardiacos, enfisema pulmonar y cáncer en el aparato respiratorio. Por eso nunca he podido explicarme como es que siendo un producto tan nocivo, se permita su venta libre. En cambio, hace poco más de un mes, los diputados federales aprobaron una ley para aislar al máximo a los fumadores, como en los antiguos leprosarios, con lo que los convierten en verdaderos apestados de la sociedad, confinados para que no contaminen a los demás.
Lo que me sorprende es que, si como dicen las campañas de salud, el tabaco es peor que la marihuana o la cocaína y causa todos los horrores que se le achacan ¿cómo se explica que se autorice su comercio? ¿por qué se permite a los fabricantes de cigarrillos seguir envenenando al público, mientras casi se encarcela a los consumidores?
Es obvio que el remedio al tabaquismo es tan simple y sencillo como prohibir la fabricación y venta de cigarros; pero como esto afectaría los intereses de las tabacaleras, se prefiere arrinconar y perseguir al fumador, que es una víctima y que tiene menos recursos para defenderse. La lógica al servicio del gran capital, “inversionistas generadores de empleos”, le llaman ellos.
Se muestra así al servicio de quién está la política y la ciencia, esa ciencia que permite fabricar cigarros y coches contaminantes a lo bestia, para luego intentar frenar sus efectos nocivos atacando el efecto y no la causa, al consumidor y no al fabricante. Los diputados se abstienen de aplicar la lógica rigurosa y prefieren, por cómoda y segura, la sabiduría condensada en refranes como el que dice y acepta que “al perro más flaco se le cargan las pulgas”.
EPPUR SI MUOVE IV
(y sin embargo se mueve)
Mi casa era una torre de Babel / De inmensos espejos cóncavos /Que hacían verse pequeña la ciudad.
Mi casa era una vía láctea de papel / Mi casa era un espejismo en el desierto / Flores remotas de un jardín sembrado /A la orilla sur de cualquier planeta.
Mi casa era un bosque de árboles muertos / Mi casa era un laberinto en las mañanas / Sin alas ni cera ni mar que navegar / Con noches largas y estrelladas / Y una luna que entraba por las ventanas
Mi casa, la de hoy, escribe historias / Cuenta hasta tres / Tiene lágrimas y besos, canciones, recuerdos / Arco iris y gotas que le aplauden a la frescura/ Las puertas abiertas a grandes memorias / Mi casa es.
Cualquier comentario acerca de esta columna sin humo de cigarro, puedes enviarlo al correo electrónico: jcbalderas.urbi@gmail.com
Publicado en Queo.com.mx. Culiacán, Sinaloa
No hay comentarios:
Publicar un comentario