Mi abuela cumpliría años este día. Doña Juana Ávila era una mujer con un carácter dulce y bondadoso, su amor por sus hijos y nietos era infinito, pero también era una mujer de una valentía serena y un tesón enorme.
Desde muy temprano, el olor a naranja inundaba el zaguán de la casona de la colonia San Luis. Mi abuela casi siempre le tomaba ventaja al sol. Cuando el astro aparecía, ella ya había obtenido litros de néctar del cítrico. A veces yo también ayudaba en ese trabajo y siempre era compensado con una de las coloridas gelatinas que se preparaban desde una noche antes.
A ella la recuerdo siempre sonriente, juguetona y traviesa como una niña, con su cabello blanco, ante el metate moliendo chiles y especias para elaborar una sabrosa pasta de mole casero.
Aunque mi memoria la trae ya de avanzada edad, sé que mi abuela fue, en su juventud, una mujer hermosa. Lo sé por el retrato blanco y negro que adornaba la estancia.